Siempre escribo los domingos de madrugada. Tras las noches de viernes y sábado donde todo es fantasía y bajos instintos me toca el jodido turno dominical. De apertura a cierre, monto cada una de las mesas (13 dentro y 8 fuera) y trabajo cada miserable cacharro del local. Yo sola. Maltrato mi cuerpo cargando cajas en almacenes todavía más abarrotados que minúsculos. Alterno con la miseria del país después de la crisis que ya se ha quedado, con la enfermedad mental no diagnosticada si bien escandalosamente patente. Hoy vino un yonki a gritarme que le diese de comer, así que se llevó el pan que había tirado. Aún así se despidió vociferando. En resumen, despacho cafés y gestiono mierda. Y la que va al cubo de la basura es la que menos cheira.
Heredé la extrema sensibilidad. Una gran putada. Y tras años de empeño tratando de embrutecerme para no sufrir termino llorando demasiadas noches. La alegría es un trabajo más perro que la hostelería. Lloro porque tengo el whatsapp lleno de mensajes de gente interesante que me ofrece su mundo sólo el tiempo que duren sus expectativas de echar un polvo/conseguirme como novia. Preferiría el abrazo de un hermano. No quiero engañar a nadie, tengo familia que me quiere a su manera y amigos que me aprecian pero están lejos. Tengo miedo de estar dejando pasar los mejores años de mi vida en un mundo en el que siendo mujer al cumplir los 30 años debes borrarte del censo. Tengo un novio que creí entregado desde casi el principio, hasta que un día mi bondad habitual se fue de vacaciones y leí todos sus mensajes de Facebook.
Yo no era una santa cuando lo conocí. Estaba platónicamente enamorada de un tipo que nunca se acostó conmigo y cortó relaciones en cuanto yo enseñé mi ombligo en público el carnaval de 2013. Demasiado para un hombre tan discreto y correcto como él. Me pregunto si el cariño y la educación que me cautivaron sólo serían un aspecto más de tan fanática exigencia de perfección. En resumen, le ofrecí amor y me despachó por ser una mujer impura. Yo fui una ciega enamorada de otro ciego. Además de esto tenía ciertos ligues, cosa de los tiempos que corren. Pero no me atreví a acostarme con el que ahora es mi novio sin haber pasado página. Era bueno y no se lo merecía tal mamoneo, pensaba yo. ¡Ay infelice!
Hasta que aquella noche descubrí que era mentira. Lloré hasta las 10 de la mañana, era imposible dormir. Miles (¡miles! Unos 7000) de mensajes con otra chica. Una chica monísima y siempre perfectamente vestida, perfectamente situada en la foto para tapar lo que ella considera sus defectos. Siempre demostrando el amor de su familia. Ella le contaba que tenía sus tristezas, que había visitado a un psicólogo (¡pobrecita!), que sus amigas eran muy malas y la envidiaban a pesar de que ella les prestaba sus modelitos para salir de fiesta. Por ejemplo, a una que se había acostado con mi novio y estaba empeñada en impresionarlo con una combinación insólita de trapos. La tercera en discordia preguntaba “¿él te mete ficha?”. Ella respondía que no y comentaba la jugada en tiempo real con el hombre objeto de deseo. Él se ponía de parte de la chica monísima. Todo muy humano, muy cutre.
Leí elogios de él hacia mí. También leí que me cambiaría por ella, o que le entristecía pensar que nunca podría saber qué se siente al besarla. Canciones de amor sudaca (¡a mí no me las dedicó jamás!), intercambio de fotos y piropos. Aquí estoy de rubia, aquí de morena. Y señores, ya estábamos más que saliendo. Se me rompió el corazón. Yo, que me creía una mujer fatal con mis rollitos de primavera simultáneos. Ya no hay amor ni hay ética. Nunca confesé que había leído mensajes. Luego de una horrible conversación él me enseñó parte del folletín por entregas y se le cayó la cara de vergüenza al suelo. Se disculpó diciendo que sólo probaba qué contestaba ella, que estaba celoso y que había quedado como una mierda. Eso es cierto.
No sé si es cobardía o inteligencia no confesar mi asalto a su más patética intimidad. Cada vez que veo las fotos de esa chica siento deseo de destrozarlo todo, decir la verdad y desterrarlo de mi vida. Mandarlo a que la bese, a que tenga huevos de correr detrás de su sueño y que sepa lo que hay detrás de esas fotos. Una persona criada para la perfección. Una chica criada para que la envidien las vecinas, que en su afán de ser intachable cae en la miseria más baja. Despreciar a una mujer, a una “amiga”. Y mi novio, un gilipollas más que va detrás de una imagen, tal como los gilipollas que me persiguen a mí creyendo que quedaría monísima yendo de compras de su brazo y estando disponible 24 horas para el sexo. Tal como los tíos a los que yo desprecio.
Quizá debería mirarlo a la cara y romperlo todo.
Crisóstoma, me gusta lo que escribes.