Las voces hablaban a través de los altavoces de los conquistadores españoles. Contaban que Ponce de León había sido el primer europeo en atravesar el territorio estadounidense, desde Florida a Alaska, y de ahí hasta la Patagonia. También recordaban la increíble aventura de Cabeza de Vaca, que durante ocho años recorrió la costa sur de Norteamérica. De la expedición original de Pánfilo de Narváez, compuesta por seiscientos hombres, solo quedaron cuatro. Para sobrevivir, Cabeza de Vaca se vio obligado a convertirse en esclavo de los indígenas y se transformó en una especie de chamán. Escribió Naufragios, considerado el primer libro sobre el territorio actual de los Estados Unidos. Los locutores también explicaban que el explorador asturiano Menéndez de Avilés inició la constrtucción de San Agustín, la primera ciudad fundada en ese país.
Pensaba en escribir enormes y geniales novelas, pero se me pasaba pronto.
Luego las voces se referían al cronovisor, una especie de aparato ideado por un monje benedictino y varios científicos que podría fotografiar el pasado. Al parecer, se habrían tomado imágenes de toda la vida de Cristo desde su nacimiento hasta su muerte en la cruz. Su inventor, el padre Ernetti, aseguraba que habría hecho fotos de otros momentos cruciales de la historia. Supuestamente, al final el cronovisor fue requisado por el Vaticano.
Metí la mano por debajo del calzoncillo y me acaricié los huevos un rato.
Entonces puse a los Smashing Pumpkings, el grupo de aquel calvo alto y desgarbado, Bily Corgan. Había sido uno de los grandes grupos de rock de los 90, influenciados por aquel rollo del grunge y todo eso. Nunca había sido especialmente fan, pero aquellas canciones me transportaban a mi adolescencia. Sus canciones tenían contenido, hablaban de algo. Eran lánguidas con motivo, no porque sí, como las de tantos grupos que vinieron después, como la mayoría de los de ahora. Aquel dolor era real y respondía a un proceso intelectual. Temas como 1979, Bullet with Butterfly Wings o Ava Adore eran canciones de verdad. No eran como esa mierda de ahora: esos gilipollas que copan los conciertos y tocan como si llevasen los pantalones cagados.
Me dieron ganas de apetar el botón de la bomba atómica.
Vaya, vaya, Palleiro escuchando 1979, qué calladito se lo tenía.
Es mi lado oscuro, jejeje…