Al ver la publicidad del nuevo programa de Alaska y Santiago Segura no puedo evitar pensar en bombas atómicas con cierta simpatía.
Pienso en las deformidades futuras, en la futura primera presidenta de los Estados Unidos de América, en coños tan abiertos que parecen romperse y en los ocurrentes tweets de mis amigos sobre las series de moda.
Pienso en los niños que a diario son apaleados en orfelinatos tercermundistas, en todos esos coches de lujo conducidos por todos esos idiotas, en los furibundos provida y en sus apasionados cánticos.
Pienso en las madres que queman con cigarrillos a sus hijos, en sus padres violándolos y en las tertulias de La Sexta.
Pienso en viejos moribundos en asilos, en desfiles de alta costura y en cómo alguien puede leerse esa mierda que regurgita Paulo Coelho.
Pienso en las decapitaciones televisadas de los últimos meses, en ropita de invierno para perritos y en por qué no se incendiarán los estudios de Tele 5.
Pienso en manicomios que huelen a orines, en bloggers y youtubers y su puta madre, en pelotones de fusilamiento, en el día en que se murió mi abuela y en las peleas de perros ilegales.
Pienso en toda esa basura que enseñan en el colegio, en Jorge Javier Vázquez, en los enfermos de sida, en esos grupos indis para maricones y en la araña en la pared blanca.
Pienso en la segunda venida de Jesucristo, en que Rosalía de Castro está más pasada de moda que Moncho Borrajo y en si habrá gente más tonta que los reintegracionistas.