Cubriré el mundo entero con mi esperma, bañaréis extasiados vuestros cuerpos en él, dejaré encintas a todas las hembras… de mi especie y de todas las que existen, esparciré mi semilla por doquier, eyacularé más allá de los confines del universo y el creador quedará bañado en mi semen. Soy hombre, mujer, es mi sino. Soy mortal, Yahvé, pero quiero dejar de serlo. Mi cuerpo se estremecerá en un orgasmo totalizador que hará temblar los cimientos de la materia, que dejará a la humanidad reducida a una masa informe. La vida se transformará por un instante en un magma níveo y nutritivo. Y Cristo vendrá por segunda vez.
Cubriré todo lo que existe con mi leche, que beberéis como un hombre bebe agua tras pasar cuarenta días en el desierto. Será vuestro único alimento mientras el caos blancuzco lo reordena todo. Partiremos entonces de nuevos preceptos, porque todo se erige sobre fundamentos equivocados. De mis testículos, hinchados de amor, brotará la buena nueva, la savia que dará sentido a vuestras vidas: el nuevo verbo. Y el Mesías hablará con su boca llena de mi licor, y de sus balbuceos os conmoverá el inusitado sentido que todo cobrará. Palabra de Dios.
Derramaré mi simiente en un canto a la esperanza y todo será hermoso entonces. Vía láctea. Líquido vital diseminado en la fría inmensidad negra. Las ubres de las Venus se cargarán con ella y de ella beberán sus hijos y los hijos de sus hijos. Y así hasta el infinito. El mar tendrá mi sabor salado. Abriréis vuestras bocas, de las que asomarán ligeramente vuestras lenguas, para recibir mi quintaesencia. Y quedaréis bendecidos por una bondad albugínea. Las crisálidas, el pan nuestro de cada día, la podredumbre, la hojarasca, los cuervos… renacerán de nuevo en blanco. Y vendrán los hermanos de más allá de las estrellas. Amén.