Ha nacido el «cañetismo», un nuevo término que aúna los significados de «patetismo» y «catetismo», pero pasado todo ello por el tamiz del inefable candidato del PP al Parlamento Europeo, Miguel Arias Cañete. Tras hacer el ridículo en el debate televisivo con la candidata del PSOE, la mística de la política Elena Valenciano, en el que se limitó a leer un papel con las manos temblorosas, el exministro admitió que se dejó ganar por la socialista en el cara a cara ya que «si haces un abuso de superioridad intelectual parece que eres un machista y estás acorralando a una mujer indefensa». Y es que «debatir con una mujer es complicado», añadió. Pero lo mejor vino después, cuando, ante el aluvión de críticas por parte de todos los partidos políticos, intentó rectificar lanzando toda clase de alabanzas a sus colegas femeninas de partido, como su «gran maestra» Loyola de Palacio, exministra de Agricultura. Además, calificó a la la nueva responsable de la cartera, Isabel García Tejerina, como «una mujer muy preparada». Simplemente patético. Y es que, si por algo será recordado Cañete, es por su discurso rancio y trasnochado, carente de cualquier atisbo de inteligencia, con perlas como aconsejar a los españoles comer yogures caducados y bichos, así como las duchas en agua fría como eficacísimo método de ahorro. Menudo cateto.
Es lamentable que el aspirante a las elecciones europeas del partido en el Gobierno tenga tan poca idea, no ya de política o debates, sino de saber en qué coño de mundo vive para que haga el ridículo de esa manera. Resulta deplorable que demuestre tanta ineptitud a la hora de tirar por la borda el exiguo prestigio que le quedaba a su partido, con unas declaraciones taberneras y realizadas sin tener en cuenta sus repercusiones. El cachondeo en las redes sociales fue mayúsculo. Epecialmente cuando Ana Botella, la alcaldesa de Madrid, salió en defensa de Coñete pidiendo «no sacar de quicio» sus declaraciones.
De política está claro que este señor -que parece Chanquete con bótox- no sabe nada, así como de salvar el tipo en un triste debate a la carta y a tan sólo dos bandas, ni tampoco de qué cojones va el rollo ese de la comunicación política, de la que tantos réditos han sacado numerosos cenutrios. Pero de lo que tenemos que estarle agradecidos al señor Miguel Arias es de que nos ayude a aumentar el léxico del castellano. Y es que, a partir de ahora, podremos hablar de cañetismo cuando alguien haga el ridículo sin ser consciente de ello. Gracias.