Una vez se me ocurrió una cosa:
¿qué es real y qué está a la venta?
Tratar de llevarse a casa un beso lanzado al aire.
No eres tú, tampoco yo,
buscando cosas que no puedes ver,
quedando ciego, fuera de alcance
en alguna parte en la vaselina.
El pasado tres de diciembre nos abandonaba para siempre Scott Weiland. El carismático vocalista de rock, el alma de Stone Temple Pilots, moría como desearía cualquier estrella de rock: de gira con su última banda, The Wildabouts. El elegante cantante californiano, que también militó en el presunto supergrupo Velvet Revolver, deja tras de sí un gigantesco legado musical. Weiland, cuyos problemas con las drogas le persiguieron a lo largo de toda su carrera, pertenecía a esa clase de personas que dotaban de un magnetismo especial a todo lo que hacían. Es indudable que todas las bandas por las que transitó obtuvieron sus cotas más altas de talento gracias a su aportación. El caso paradigmático es el de Stone Temple Pilots, formación indisolublemente vinculada a su voz, con la que mantuvo una relación de amor odio nunca conclusa del todo hasta ahora.
Dos veces y me rendí
embriagado y sin derecho a fianza,
pienso que estaría más seguro solo.
Somos moscas en vaselina,
a veces esto deslumbra mi mente,
sigo aquí atrapado todo el tiempo.
Atormentado, como solo lo están los artistas de verdad, Weiland no solo nos dejó un buen puñado de letras y canciones excepcionales… incluso en solitario en esa joya que es su Blues de doce compases. Nos dejó sobre todo una clase práctica de integridad. Aún hoy en día, muchos estúpidos que escriben sobre su muerte sin guardar ningún tipo de respeto, siguen obsesionados por encasillar su brillante música, sobre todo la que parió en los noventa con Stone Temple Pilots. Demasiado hard rock para los grunges, demasiado grunge para los hardrockeros, este poeta nacido en San José buscó su blues desde el principio, sin prestar atención a los imbéciles que escribían las críticas. Y es que, ¿qué son discos como Purple o Tiny Music… Songs from the Vatican Gift Shop sino mierda de la buena? Solo hace falta escucharlos. Son la obra de un alquimista sin miedo a toda esa mezquindad que nos rodea. Solo alguien así podría recuperar por un instante el espíritu de Jim Morrison en el escenario, junto a The Doors.
Mira a sus ojos y verás las mentiras
y luego te las comerás, y lo harás.
No eres tú tampoco yo
buscando cosas que no puedes ver,
quedando ciego, fuera del alcance
en alguna parte en la vaselina.
Scott Weiland, con solo 48 años, tuvo una de esas muertes doradas de las que nos hablaba Morrison. Su corazón dejó de latir cuando estaba durmiendo en uno de los asientos del autobús que llevaba a su banda de gira. Supongo que se trata de la segunda mejor muerte para un amante del rock and roll. La primera creo que sería sobre el escenario después del concierto de tu vida. Esta noche alzo mi copa por ti, hermano. Son las dos de la madrugada y suena de fondo Purple a toda ostia. Que Dios te bendiga.
Poema: Vasoline.