Y entonces la vi. Desmembrada, exangüe. Muerta. Miraba hacia el infinito de arriba mientras a nuestras vidas le quedaban muchísimas como la suya, tan breve que asustaba. La muerta. La mosca muerta. Tenía el abdomen rajado. Algún ataque de otro insecto, algún desafortunado accidente. Un poco más adelante vi sus pequeñas larvas esparcidas por aquel suelo blanco, inertes también. Larvas de nadie, hijas de la nada. Y me compadecí de aquella pobre criatura. Y eso que me dan un asco terrible las moscas. Una madre mosca. La madre mosca muerta.