Celebérrima cita. ¿Y hablando de mujeres? Cuando pienso en clientes difíciles siempre se trata de clientas. A todo el que me pide una copa intento cambiarle la cara, obligarle a una sonrisa, recordarle que puede permitirse un gesto humano sin mayores consecuencias… hacer nacer en él una chispita que le dé calor el rato que pase en el bar. Sin embargo, algunas señoritas me lo ponen difícil.
La mayoría deponen sus armas antes de presentar batalla. Ese gesto de reticente asco, ese ojear “discreto” con el que calibran mi atuendo y complexión corporal, esa herrumbre de mecanismos mentales poco utilizados… todo se rompe en cuanto las trato con educación y dulzura. De amenaza metafísica me transformo en persona, todo es más civilizado, a veces las hago reír. Otras en la misma línea son un poco más duras de roer, aunque aún hay esperanza para el enfermo. Más sonrisas, chocolate, bromas… caen por asedio.
Y más allá, lo verdaderamente duro. ¿Habéis leído El Libro de los Seres Maravillosos, el de Borges? Lo encontré siendo niña, en el almacén lleno de moho de la librería de mi madre. Describe a las arpías como buitres con rostro de mujer que se arrojan sobre las mesas de los banquetes, devorando brutalmente lo que encuentren y transformándolo todo en excremento. Algunas mujeres merecen el nombre de arpías.
Permitidme una anécdota. Hace dos semanas. Cuatro mujeres. Avinagradas. Mi jefe me pide, temblando, que las trate de manera exquisita: antiguas clientas que habían dejado de serlo tras una disputa por un dedo de ron. Cutres. Pobre jefe, puta crisis.
-¿Qué quieres tomar? [sonrisa]
-Una cola [Estirada. Comisuras hacia abajo. Después se quejará de las arrugas]
-Ahora mismo [Le pongo delante vaso y refresco. Me da un billete de cinco. Calla. Le devuelvo dos cincuenta. Me dispongo a verter lentamente la cola sobre el hielo, que quede bien fría]
-[Gritando]¡EH! ¿Y MI BRUGAL?
-Perdona, había entendido una cola
-¡Y ADEMÁS TE DI SIETE EUROS!
No eran siete. De ser así, ajustadas las cuentas, habría devuelto tres a la caja y no uno. Lo dejé correr. Esa mujer había ido allí a humillar a alguien por el precio de una copa. Me había tocado a mí y con el pretexto más absurdo. Rabia infantil me inspiró la idea de escupir en su copa. Pero… ¿acaso beber mi saliva no habría sido el acto de amor/sexo más verdadero que esa mujer habría probado en años?
Después de recoger y limpiar todo volví a casa. Las sábanas tenían el olor de mi novio. Me quedé dormida leyendo a Valle, creo. Supongo que esa mujer habría llegado también a casa, destruida, con una borrachera sorda que anuncia la diarrea del día después. Y se habrá preguntado por qué coño sigue cabreada, qué puto fallo tiene su vida. Y se habrá perdido en un razonamiento con estructura de agujero de gusano, con la salvedad de que no lleva a otro universo, sino a un abismo de materia negra que se engrosa en una viscosa brea sin fin, en la gruesa ceguera de sí misma. Amiga, en mis manos la bayeta y mi silencio son un cetro y una granada de oro. Soy una reina y la guerra es un asunto cotidiano. Necesitas tratarme mal, porque en el fondo lo sabes.