Huelo mis pedos bajo las sábanas y me siento dichoso. Soy feliz cuando el aroma dulzón a mierda embriaga mis fosas nasales. Mi mierda me parece la cosa más maravillosa del mundo. Cuando me encierro en el baño para cagar, cuando el intestino está a punto de estallarme, retengo durante un instante toda esa caca intentando disfrutar el momento… entonces es cuando aflojo el esfínter y mi culo revienta. La mierda llega a veces hasta las paredes cuando sucede esa ansiada explosión de mierda, formando puntitos minúculos que se alejan incluso varios metros del ojo del huracán. Porque yo lo valgo.
Hay algo de Dios en mi mierda, algo maravilloso, insondable e inenarrable que la divinidad nos ha dado para hacernos sentir dichosos y otorgarnos capacidad de trascendencia. ¡Prrrrrrrettt! Y otro nuevo cargamento desde la calidez de mis intestinos parte hacia el azul oceánico. Soy solo un olfato pensante y doy pequeños sorbitos de aire con mi nariz mientras la muevo de arriba a abajo, de arriba a abajo. Pruebe los nuevos tratamientos de aromaterapia.
Y a menudo cuando me limpio el culo secretamente deseo que el papel se rompa para rebozar mi piel en la maravillosa caquita. Entonces me llevo esa materia de deshecho sobre la boca para olerla mejor. Es intensa, es deliciosa, es preciosa… Con suerte, se habrán formado algunos tarzanetes en los pelos de mi culo con los que pintaré mis calzoncillos del aroma de mi hermosa mierda, para que perdure en el cesto de la ropa sucia su legado odorífero único e irrepetible. ¿A qué huelen las nubes?