Ahora que el verbo «friki» ha vuelto como insulto dirigido a la sorpresa «antisistema» de las elecciones europeas me da por pensar en las fantasías animadas de ayer y hoy. Hace unas semanas se celebró en un conocido recinto de ferias de Coruña city un evento de lo más particular que pretendía y consiguió atraer a tonelada y media de fans del cómic japonés en concreto y del mundo del tebeo en general: el expotaku. Como tenía el día libre, siempre me había llamado la atención y estaba en esos días del mes en que mi fuero interno pugna por algún gasto innecesario (cuestión cada día más paradójica, ya que cuanto menos cobro más largo e intenso es ese período) decidí acercarme por allí a ver qué se cocía. Y, como se lo podrán imaginar de este freak ya casi senior, flipé colorines. Pero no sólo flipé por la cantidad desorbitada de ‘merchandising‘ (léase así como se escribe) sino por la aún más ingente cantidad de personajes que por allí pululaban, de una guisa tanto o más surrealista que lo que allí se vendía. Estos ojos que ahora siguen los dedos en el teclado llegaron a ver tesoros del orden de muñecas hinchables en miniatura, cosplays-crossgender gloriosos, alfombrillas de ratón de esas con reposamuñecas de silicona pero que la silicona ocupaba el lugar de las domingas de la personaje impresa, abanicos con forma de colegiala asiática uniformada o porcelana zombi. Sí, amigos, las puertas de Tannhäuser abriéndose nada tienen que envidiar a lo que allí se expuso. Y, como digo, más que lo material, lo interesante estaba en el capital humano que pululaba por los alrededores. Carnes y más carnes adolescentes al fresco, abrazos gratis, hasta un cartel que rezaba «me prostituyo por jugar al Halo 3». La gente se apelotonaba en pequeños grupitos de amistades, ya fuese delante del escenario o alrededor de los tenderetes. Sin embargo, eché a faltar una cierta complicidad entre grupetes de freaks. Aquello parecía más un feirón que un evento en donde todos tienen algo en común. El nexo era el consumo, más que unos gustos compartidos.
Y, claro, como ya es habitual me dio por acordarme de mis inicios en el mundo de los subproductos consumibles de la cultura de masas. Entonces había poco material, humano y del otro. Había pocos distribuidores, y la primera dosis era gratis porque bien lo descubrías en casa de algún amigo, bien en una biblioteca, bien te llamaba la atención una portada en un quiosco y le echabas un ojo así como quien no quiere la cosa. Los tebeos de superhéroes gringos empezaban a abundar, al igual que lo hicieran los europeos en los primeros ochenta. Lo que era más raro era el ‘merchandising‘ (repito, léase así como se escribe), que atesorábamos como oro en paño ya fuesen pósters, figuras, ropa o lo que quiera que fuese. Todavía recuerdo las caras de mis coleguitos al ver el tremendo póster que me traje del Forbidden Planet de Dublín (de cuando existía) de Silver Surfer. Un poema.
Era un mundo muy pero que muy masculino, de adolescentes salidos, en eso no ha cambiado mucho la cosa. Escasas e hipervaloradas eran las mujeres que les molaba el rollito. Hasta recuerdo con cariño una que se pasaba por un puesto que teníamos en el rastro de María Pita (cuando la participación era de gratis a todo el que quisiese, o tempora, o mores) que tenía una fascinación especial con los Nuevos Mutantes, que justo estaban en su época de Bill Sienkiewicz.
Entre pitos y flautas he de reconocer que me enterneció ver aquella conjunción de carnes, ‘merchandising‘ (de nuevo, léase así como se escribe) y acné en forma de esporas hasta el punto de anhelar un pasado distinto. ¿Qué hubiese sido de esa generación freak, desconozco si la primera, si hubiésemos estado inmersos en semejante ambiente? Nada bueno, seguro. Sin embargo, la práctica totalidad del gran consejo freak al que le confesé mis diatribas fue unánime en su respuesta. Es probable que hubiésemos salido todavía más gilipollas, reprimidos y hasta autistas. Si ya entonces ver una chica comprando los Nuevos Mutantes hacía que nos derritiésemos, no quiero saber cuántos ataques al corazón hubiesen generado el trasplante de una de las cosplayers de la expo en aquel entonces. Bien está lo que bien empieza.