Todo empezó el 24 de mayo de 2015. Esa panda de hijos de puta comenzaron su carrera hacia el poder en unas elecciones municipales, a la chita callando, sibilinamente. Primero pusieron sus garras sobre Madrid y Barcelona, las más poderosas alcaldías cayeron en su poder, de la jueza lesbiana esa que hablaba medio gangosa y de la gorda Colau. Luego, en noviembre de ese mismo año, escenificaron su golpe de estado definitivo, sin tapujos, en plan democrático, manipulando a las masas como borregos bebiendo directamente de las técnicas leídas en los tratados escritos por el genial ideólogo Josef Goebels. El fin justificaba los medios. Años atrás lo habían intentado con los atentados de Atocha, pagaron a la ETA para cometerlos y echaron la culpa a unos pobres moros, pero aquel intento de tomar el poder fracasó. Ahora no iban a fallar por segunda vez, y lo lograron, convencieron a millones de gilipollas que se creían muy listos y muy solidarios.
Sus medidas de choque empezaron prohibiendo el uso del coche en las ciudades que consiguieron gobernar, para luego obligarnos volver a las velas como única fuente de iluminación, e impusieron el sexo por amor y un cupo del diez por ciento de moros y gitanos rumanos en las instituciones y las juntas directivas de las multinacionales, para que se integrasen. Fue el primer paso. La gente aplaudió, porque decían que sería bueno para la contaminación y en beneficio de la salud, y que la solidaridad iba en los genes de la especie humana. Poco después, obligaron a todos los propietarios de viviendas vacías a alquilarlas a cincuenta euros, y prohibieron por decreto los desahucios si el inquilino se retrasaba menos de tres años en el pago del alquiler mensual. Tras tomar el poder, el nuevo presidente del gobierno, Íñigo Errejón (Pablo Iglesias murió en un accidente aéreo dos días antes de las elecciones generales, y echaron a culpa a Esperanza Aguirre, que fue ejecutada en abril de 2016, pero luego se ha descubierto que fue el propio Errejón el que saboteó el vuelo de Ryanair), nacionalizó los bancos y las eléctricas, y el Parlamento europeo sacó inmediatamente a España de una patada en el culo del euro y de la Unión. Entonces, Errejón pidió un préstamo a Rusia de cien mil millones, porque Putin le había prometido la misma ayuda que a Varoufakis (muerto en una cárcel turca en 2021 tras la invasión musulmana), pero el cabrón del ruso como respuesta le envió un paquete certificado con una caja en cuyo interior había cagado una mierda como una pierna de larga. Errejón se enfadó y mandó que el horario de invierno, el solar, se extendiera todo el año, para ahorrar energía y combustible.
La jueza-alcaldesa de Madrid murió de una indigestión (se descubrió que durante años había sido adicta a los Long-Chicken de Burguer King) justo un mes más tarde de cuando contrató diez mil gitanos rumanos como agentes de movilidad para la policía municipal de Madrid, una medida que no cuajó demasiado porque cobraban las multas directamente a los infractores y no reintegraban la pasta a las arcas municipales, sino que la enviaban a Rumanía, Estado que ahora nada en la opulencia, que es llamada actualmente «la Suíza del mar Negro».
Ada Colau falleció en una operación de almorranas a la que se sometió en una clínica veterinaria, ya que tras quebrar la seguridad social los hospitales cerraron, y médicos y enfermeras fueron contratados en masa por Alemania (luego fueron transportados allí en vagones de ganado y murieron casi todos durante los dos primeros años en sus nuevos destinos). En el museo de ciencias naturales se exhibe una de las hemorroides de Colau, como testigo de lo que pudo ser y no fue a causa del exceso de grasas saturadas en exceso consumidas durante los embarazos.
Prohibieron ver la tele, sólo autorizaron el visionado de películas en el ordenador, y una vez a la semana había que ir al cine a ver películas españolas, a las que anularon el pago de impuestos en su producción. El resto de filmes fueron prohibidos y se subvencionaron con mil millones de euros anuales el microteatro experimental y los monólogos. Y las conversaciones en los bares no podían versar sobre fútbol o mujeres, sino sobre solidaridad. Y pobre del que diera un azote a un niño, muchos padres murieron ejecutados por sus propios hijos tras regañarles, la jueza Carmena sin ir más lejos dictó varios cientos de sentencias de muerte, aunque por intercesión de Juan Carlos Monedero muchos fueron amnistiados y rebajada su pena a trabajos forzados en el monumento que se estaba construyendo tras demoler El Escorial: “La hoz y el martillo de los caídos”, un gigantesco bloque de piedra de doscientos cincuenta metros de alto con una cripta bajo la roca para que la gente fuese en peregrinación a adorar un sepulcro monumental con Pablo Iglesias disecado en su interior.
Han pasado treinta y dos años desde entonces. Miro con mi catalejo desde lo alto de mi lujoso edificio hacia el otro lado de la muralla y sólo veo desolación, desarrapados vagando como zombies por un Madrid en ruinas en el que perro come perro. Ha habido numerosos casos de canibalismo desde que prohibieron los alimentos transgénicos, el azúcar y las grasas saturadas, ya no se pueden producir bollos ni pan industrial (el propietario de Granier negoció un trato y ahora es ministro de agricultura), y obligaron a la gente por decreto a comer siete veces al día sólo pechugas de pollo y arroz integral. Empezamos a revelarnos cuando nos obligaron a practicar el yoga como religión y prohibieron llevar bañador en las playas y las piscinas, aquello era ya intolerable. Llegó un momento en que el Estado sólo tenía como fuente de ingresos las carreras y los triatlones populares, que llegaron a ser obligatorios diez veces al año por persona pagando un mínimo de treinta euros por la inscripción.
El trabajo comenzó a escasear y las universidades estaban llenas hasta los topes, sobre todo las de letras, Ciencias políticas llegó a impartirse en el Santiago Bernabéu y el Camp Nou en varios turnos de cien mil estudiantes. Ocho millones de personas se sacaron el título universitario de “Piloto de drones”, con la promesa de que era la profesión del futuro, obviamente era una gilipollez. Pero lo peor fue cuando prohibieron la prostitución y sólo se permitía el polvo con amor y si el follador no tiene título universitario debe hacerlo sólo si diez mujeres le firman un papel autorizándolo (el sexo anal fue abolido en 2018 tras la fuerte oposición del sector crítico del Gobierno encabezado por Juan Carlos Monedero, que murió en 2019 en otro extraño accidente aéreo). El porno no fue prohibido, pero estaba tan mal visto que nadie se atrevía a conectarse a Internet para pajearse, aparte de porque no había corriente eléctrica porque se había prohibido producirla por antiecológica.
Nosotros nos liberamos hace cuatro años, y construimos los muros que ahora nos separan de todo ese lumpen maloliente, millones de personas que en su mayoría han ido de Erasmus y estudian en universidades gratuítas, pero que no tienen un mísero plato de comida en la mesa todos los días. Tuvimos que recurrir a la fuerza para frenarlos, porque estuvimos veinte años reivindicando el derecho a la autodeterminación, y ni con atentados suicidas conseguimos nada, metieron en la cárcel a muchos de los nuestros por terroristas. Chelsea Clinton, secretaria de Estado de defensa de EEUU bajo el mandato presidencial de “Big Hoss” Harrison, nos prestó unos cuantos tanques durante unos meses y al fin por la fuerza pudimos imponernos y lograr la libertad. Les dejamos que en sus zonas hicieran lo que les saliera del pijo, pero que nos dejaran en paz. Errejón impuso la edad de jubilación a los cuarenta y cinco años, la jornada laboral de doce horas semanales, el sueldo mínimo interprofesional de 3.000 Euros y el derecho de 100 moscosos al año a los funcionarios, y sólo dos meses más tarde dejó de salir agua corriente de los grifos y la turba asaltó las fábricas de alimentos arrasándolas hasta los cimientos.
Y Tania Sánchez, ahora anciana, preside el país y es jefa del Estado (fue la ideóloga de todo el movimiento durante su génesis, incluso se prestó a dinamitar desde dentro a los fachas stalinistas de Izquierda Unida) tras la ejecución de lo que quedaba de la familia real. Fue espantoso. Leonor gritaba como una perra mientras tres negros la violaban y la empalaban, aunque al final del abominable acto pareció escuchársele algún gemido de placer. También asesinaron a la niña que ésta había tenido con catorce años tras ser violada por su abuelo. Se filmó todo y se proyectó en los cines de toda España, y los beneficios de la venta de entradas se lo llevó la empresa mixta de producciones cinematográficas Bardem-El Deseo-Trueba´s, ahora con el monopolio de la producción y exhibición de películas en España.
Estamos intentando crear una máquina del tiempo para enviar a alguien al pasado y avisar a los gilipollas del error que cometieron renegando del capitalismo. ACS, que funcionó en la clandestinidad hasta nuestra revolución, está financiando su construcción, un acelerador de partículas que cree un agujero de gusano que permita a un tiemponauta viajar en el tiempo e ir a la casa de Pablo Iglesias y Errejón cuando eran niños, violarlos y matarlos con dolor. Daremos la dirección de esos monstruos a nuestro heroico exterminador y se ocupará de ello. Y les ofreceremos pruebas que hemos encontrado ahora de la inocencia de los islamistas culpados injustamente de los atentados de Atocha, para que laven su nombre y que sus contemporáneos sepan de una vez la verdad y no se rindan ante ETA hasta la victoria total sobre el terrorismo. De paso habría que matar a Pablo Alborán.
Bonifacio Singh
Me ha encantado este relato, yo creo que es la pura realidad de lo que sucedería en el país tras la victoria de esos rojos de mierda, incluso puede que sea real, que hayan viajado en el tiempo en realidad. Habría que prohibir todos estos partidos de rojos come miedar.