B. volvía a casa tras una noche de juerga con los amigos. Recorría andando el camino sinuoso y mal iluminado que lo separaba de su hogar. Cada sábado por la noche se repetía el mismo ritual. Iba ensimismado, pensando en sus cosas, cuando se percató de algo extraño. En el medio de la carretera había algo. Era una sombra que permanecía allí, estática, como observándolo. Una mancha negra. En un primer instante no le dio importancia. Pensó que a lo mejor se trataba de una caja que había ido a parar al medio de aquella pequeña calzada secundaria de La Pezoca, en Oleiros (A Coruña). Pero comenzó a preocuparse de veras cuando comprobó que aquello parecía una persona. Con los sentidos aguzados, continuó aproximándose mientras el corazón le latía cada vez más rápido. No podía ser. No tenía sentido. Era una figura humana. B. se frotó los ojos varias veces para comprobar que no estaba soñando. Cada vez podía observar aquella escena imposible con mayor claridad. El humanoide estaba arrodillado mirando hacia abajo. Inmóvil, mantenía la vista clavada en el suelo, por lo que era imposible ver su cara. Era una anciana. Una larga cabellera le cubría el rostro. Horrorizado y comenzando a acelerar el paso, B. pasó a solo unos metros de aquella figura de pesadilla, que parecía no inmutarse ante la presencia del joven. Lo imposible se presentó ante sus ojos. Aquella vieja o lo que fuera se sujetaba las rodillas con sus brazos, largos y huesudos. Iba totalmente de luto, vestida con un viejo traje negro y con zapatos negros de charol. B. salió despavorido y llegó a su casa. ¿Qué era aquello? ¿Quién era? ¿Una mujer, un fantasma, una loca? Apenas pudo conciliar el sueño aquella noche.