Después de beberme la botella de Ribeiro pensé en beberme todas las otras que existieran de ese vino. Pensé en todo el agua que haría falta para generar aquella maravilla de la naturaleza, aquel río amarillento de sabiduría, aquella savia prerromana, aquel néctar de dioses de nombres ya perdidos. Aquel primer vino que desembarcó con Colón en el Nuevo Mundo. Pensé en lo mucho que detestaba a la Humanidad y me alegré por ello. Aún quedaba algún resquicio de esperanza. Aún me sentía vivo. No todos éramos aún tontos que sólo querían tener bemeuves, ser tronistas y pasar el día en Marineda City.
Pensé en los minerales que la parra filtraba hasta la uva y en aquel mágico proceso de la creación, del vino. La vida, la muerte, la puta ostia. Pensé en todos los versos que no había escrito. Entonces arrojé las nécoras vivas al agua hirviendo y presencié sus muertes en silencio. En aquel momento Israel seguía bombardeando Palestina, Mariló Montero pagaba un bolso Gucci con su sueldo descontado a todos los trabajadores de este país de mierda y las putas seguían follando. En aquel preciso instante millones de cretinos llenaban o vaciaban sus estómagos y los ríos iban perdiendo su agua limpia y recibiendo sus cagadas mientras se realizaban nuevas ejecuciones.
Pensé en todas las uvas necesarias para llenar todo el Ribeiro embotellado en aquel preciso instante, pensé en si alguien podría darme ese dato exacto. Quería bebérmelo todo de verdad. Saqué las nécoras de la olla a los cinco minutos, cuando se pusieron rojas. Pensé en que moriría y no me importó. Y en si este texto tendría tintes suicidas. Y me dio igual.
Wilson Palleiro, escribes de puta nai, ¿por qué non fas unha novela negra?