Desde el albor de los tiempos el hombre ha buscado las formas más sofisticadas de ocio: las trepanaciones en vida en tiempos prehistóricos, las matanzas masivas en el circo romano, los desmembramientos desde lo alto de las pirámides aztecas, la tortura y quema de herejes en época medieval, la esclavitud y el expolio en África durante la colonización europea, las guerras modernas masivas que llevaron a la muerte a millones de personas… En este frenesí de dolor y desesperación, el arte del tiro del enano era tan solo un ínfimo episodio más de un tipo de divertimento que, en contraposición a muchos otros, no causaba la muerte a sus practicantes: enanos o personas aquejadas de acondroplasia y los individuos que los lanzaban por los aires. No obstante, el buenrollismo idiota que nos rodea ha provocado que esta práctica haya quedado prácticamente relegada al ámbito privado al considerarla ciertos sectores denigrante hacia las «personas de talla pequeña» -extraño eufemismo- que protagonizaban este tipo de espectáculo. Al igual que ha ocurrido con el toreo cómico, otra salida profesional más ha quedado cerrada para los enanos, que ven así cómo uno de los pocos oficios exclusivamente destinado a ellos se va también al traste gracias a la pulcritud moral de ciertos moñas mascachapas que parecen no ver más allá de su nariz.
Porque lo que muchos ignoran, en especial aquellos a los que se les llena la boca hablando de la dignidad de las personas, la igualdad y gilipolleces por el estilo, es que el tiro del enano es un arte cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Ciertos grabados prehistóricos parecen hacer referencia a esta práctica. Así, en las pinturas rupestres de Altamira (España), Tassili (Argelia), Kakadu (Australia) o Chacas (Perú) -por citar solo algunos ejemplos- pueden identificarse claramente representaciones de lanzamiento de personas bajitas. Sin ir más lejos en nuestra Altamira, esa capilla sixtina del arte cuaternario, podemos encontrar una representación muy poco conocida de un hombre que lanza a otro de menor tamaño por los aires hacia un tercero que lo aguarda con los brazos abiertos. Según antropólogos de la talla de T.S. Howard, «esta imagen, dotada de un dinamismo casi inquietante para tratarse de un grabado de 15.000 años de antigüedad, podría tratarse de una de las primeras representaciones de la práctica conocida como tiro del enano».
Por citar tan solo otro ejemplo, omitido también al gran público por la historia oficial, me referiré al hallazgo en Tassili de la escena conocida popularmente entre los arqueólogos como «el lanzador de enanos», un título lo suficientemente elocuente por sí mismo. Esta escena muestra a un hombre, pintado en rojo, arrojando por los aires a otro de talla mucho más pequeña. La diferencia respecto al ejemplo anterior es que en este caso no hay receptor y el enano va directo hacia un rebaño de gacelas.
Por si esto fuera poco, el primer testimonio escrito sobre esta práctica lo encontramos nada más y nada menos que en el primer texto escrito conocido, La epopeya de Gilgamesh:
Cuando Gilgamesh se hubo puesto la tiara, la gloriosa Istar levantó un ojo ante la belleza de Gilgamesh: «¡Ven, Gilgamesh, sé tú (mi) amante! Concédeme tu fruto. Serás mi marido y yo seré tu mujer. Enjaezaré para ti un carro de lapislázuli y oro, cuyas ruedas son áureas y cuyas astas son de bronce. Tendrás demonios de la tempestad poderosos. En la fragancia de los cedros entrarás en nuestra casa. Cuando en nuestra casa entres, ¡el umbral el tablado besarán tus pies! Juntos arrojaremos al cielo mil enanos cada día para nuestro deleite. ¡Se humillarán ante ti reyes, señores y príncipes!»
Para estudiosos de la cultura sumeria como Martín Lasarte, de la Universidad autónoma de Navarra, este poema, que inauguró la escritura cuneiforme entre los ríos Tigris y Éufrates en la enigmática Mesopotamia -en el actual Irak-, esta referencia al tiro del enano «resulta crucial porque supone una práctica muy honorable y elevada reservada a los gobernantes». Y es que «las connotaciones peyorativas del lanzamiento de personas afectadas por enanismo no existían originalmente e incluso los propios enanos eran personas reverenciadas por el mero hecho de serlo». Otra patada en la boca a los comerciantes de lástima, vendedores de morales impostadas. Durante toda la Antigüedad ser enano implicaba per se ser un juguete deseado por los todopoderosos faraones, primero, y por los ricos patricios romanos, después. A partir de entonces quedará fijado el carácter valioso del enano. Poseer uno de estos pequeños hombres-juguete otorgaba poder. Y cuanto más reducido fuese su tamaño, mejor. Así, se convierte en una práctica habitual intentar evitar el crecimiento de estos valiosos seres imobilizándoles el cuerpo o encerrándolos en diminutos receptáculos para preservar su pequeñez. Entre los cronistas romanos destaca el testimonio de Plinio el viejo, que cuando narra las bacanales de Nerón realiza una curiosa referencia que nos interesa especialmente:
«Arrojaban por los aires a aquellos seres diminutos sobre un lecho de rosas que había costado cuatro millones de sextercios. El lanzador que hacía gala de más fuerza obtenía como premio el vigor del falo del enano, siempre desmesurado, según decía la tradición, tal era el honor de tirar más lejos a aquellos seres dotados de un carácter extraordinario».
Como vemos, aunque en la Antigua Roma los enanos suelen aparecer representados realizando bailes obscenos con unos genitales enormes en honor al dios Baco/Dionisio, las clases altas ansiaban interactuar con ellos en este tipo de lanzamientos, donde solía participar lo más granado de la sociedad. La rareza congénita de esos pequeños seres era un rasgo tan apreciado por la nobleza que incluso hay documentados varios casos en los que poderosas patricias romanas se hacían embarazar por algún ilustre enano con la esperanza de que sus vástagos obtuviesen «esa hermosa y divina pequeña talla» (Casina, de Plauto). Los moriones, por ejemplo, eran esclavos con enanismo que ejercían de bufones en las orgías de los patricios, por los que se llegaban a desembolsar cantidades astronómicas a los mercaderes que se habían especializado en vender estos artículos de lujo, más aún si poseían destreza a la hora de volar al final de una de esas costosísima bacanales. Suetonio, Tácito y Tertuliano van más lejos y afirman que los deportistas que habían sufrido deformaciones en sus rostros a causa de las brutales caídas más jocosidad provocaban al auditorio y, por tanto, más se cotizaban. Enanos tan populares como Sísifo, propiedad de Marco Antonio, comenzaron su carrera atravesando los aires en exclusivas fiestas romanas.
Varios autores nos hablan de ellos, como por ejemplo el poeta latino del siglo I d.C. Marco Valerio Marcial, que incidía en el hecho de que, cuanto mayor fuese el grado de deformidad del sujeto en cuestión, más divertido resultaba y por lo tanto más elevado era su precio. Por su parte, San Agustín de Hipona decía literalmente en uno de sus escritos que algunos de estos enanos «eran tan rematadamente imbéciles, que en poco o nada se los podía diferenciar de los animales o de las bestias». Los emperadores, tal y como sucedería con posterioridad en las distintas cortes europeas, contaban con enanos entre sus “posesiones” más valiosas y queridas, y de esta manera, las fuentes nos hablan de los enanos de Tiberio, de Domiciano, de Heliogábalo y de Constantino, siendo el de este último muy ducho en el arte de la música, con lo que tuvo que ser muy apreciado.
Pero si relevante fue el papel de los enanos en la antigüedad, desde el Medievo a la época moderna, la gente menuda y su lanzamiento por los aires vivieron una verdadera edad dorada. Hay documentos medievales que atestiguan esta práctica que la historia oficial ha pretendido borrar. En el Malleus maleficarun, el tratado sobre la persecución de brujas por antonomasia, publicado en Alemania en 1487, el tiro del enano es representado por los demonólogos como una efectiva práctica disuasoria del mal si se conjugaba con unos rezos específicos. En este sentido, ya anteriormente Tertuliano afirmaba, en el siglo III después de Cristo en su De spectaculis (Patrologia Latina I, 641-643), que «el vuelo de los menudos en el seno de la fe es el método protector ideal contra el Maligno». Y encontamos en época medieval otras muchas glorificaciones del tiro del enano como recurso profiláctico ante Satanás como, por citar solo algunas, la famosa proclama de Erasmo de Rotterdam en la que insiste en la necesidad de «tener un pequeño loquito en casa para ahuyentar la tristeza y el mal de los hogares, arrojándolo por los aires si es menester».
En nuestro propio país, en la Corte española de los siglos XVI y XVII estos personajes gozaban de un agran importancia, tal y como reflejan la pintura y la literatura. Y su lanzamiento era una práctica habitual entre las clases altas, sobre todo en sus fiestas más exclusivas. Velázquez inmortalizó como nadie a los «pequeños príncipes» de la Casa de Austria, las «sabandijas de palacio» que en su práctica totalidad provenían de un manicomio de Zaragoza en el que aprendían a caer bien tras un lanzamiento. Era habitual que los monarcas enviasen enanos como regalo para los recién nacidos, como el caso de Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, que hizo mandar desde Flandes un enano llamado Bonamí para entretenimiento de un Felipe IV aún niño. De hecho, los Austria disponían de un enano por año para su divertimento a modo de bufones, tiempo que aprovechaban al máximo llegando a amasar algunos de ellos pequeñas fortunas. Algunos de los más famosos fueron Sebastián de Mora, Diego de Acedo, Eugenia Martíñez Vallejo o Mari Bárbola, la enana que Velázquez inmortalizó en Las Meninas. Lanzarlos por los aires como colofón a una velada era el deporte más exclusivo al que los reyes de España podían aspirar. «Lanzólo al enano Vitrolo contra toda la suntuosa vajilla de Bohemia, para jolgorio de su Corte y divertimento de los ilustres comensales que asistieron a su boda», escribió Eusebio de Uzmandi, el cronista oficial, sobre el enlace entre Felipe II e Isabel de Valois, el tercer matrimonio del monarca español.
En la actualidad, el tiro del enano, esta práctica milenaria, ha quedado postergada a ambientes marginales ilegales debido al buenismo irracional al que hacíamos referencia al comienzo de este artículo. El tiro del enano es una rareza que va contra la ley y puede acarrear consecuencias desastrosas a sus promotores. El toreo cómico acrobático, realizado eminentemente por individuos con acondroplasia, es ya una práctica casi erradicada que ha supuesto el cierre de otra alternativa laboral para la gente menuda. El lanzamiento de menudos, una práctica milenaria, es hoy en día un cliché cómico que pervive en algunos grupos de rock, como ocurre en el show de Kid Rock. La impronta de esta disciplina inmemorial ha quedado relegada a un ostracismo injusto. En la reciente película El gran Gatsby, protagonizada por Leonardo Di Caprio, el tiro aparece parodiado de una forma tan burda como irreal. No obstante queda esperanza. El congresista republicano Ritch Workman trabaja día a día para que en Florida el lanzamiento de enanos sea restaurado y deje de ser ilegal.